viernes, 27 de agosto de 2010

Idea incorruptible


Cuando la pesadilla acabó, en su tan liviana barrera entre la fantasía y la realidad, se creó una extraña semejanza. El mundo material y el abstracto, reconciliados. Me di cuenta al instante de que con el fin del uno había estallado en un silencioso disparo el comienzo del segundo, y ambos eran aterradoramente similares. La onírica tortura se había tornado del humo intangible en corpóreo, y aun me laceraba. Mi mundo, mi tan preciado mundo. Aquél donde las nubes son de apetitoso algodón rosado, en el que los peces parecen observarte, en el que los cuadros te sonríen en secreto. Allí las caracolas esconden mares, y uno puede escucharlos si acerca la oreja. En el que los duendes habitantes de húmedas y oscuras cuevas repiten lo que dices si te adentras en su morada.

Mi incorruptible cosmos había sido mancillado, tachado y parasitado por la tintura gris de la realidad. El asedio implacable de la mundanal miseria había asaltado aprovechando el asombro que su duro golpe me había provocado, el delicado entramado que componían mis sueños. Como estrellas prendidas del techo, todas ellas cayeron al ser cortados los hilos que las sujetaban por las afiladas infamias de terrenal origen. Las mismas que con grietas de un suave tono rojo invadieron los ojos castaños incapaces de ver por las incipientes lágrimas, a punto de caer.

Encontré la cama vacía. Y me acordé de quién debía estar allí. Aun ahogando un sollozo, no pude evitar que una gota abriese un húmedo surco en mi mejilla. Acaricié por largo rato la sábana que solía arroparte, la almohada que hacía de tus noches un apacible descanso. Y, por último, acerqué el rostro al caprichoso colchón, que en un intento de retener tu esencia, se había quedado con restos de tu aroma. Mientras captaba estos materiales recuerdos, me invadió la terrible sensación. La que hace que nos demos cuenta de que eras real, y no te tenía entre mis manos.

Me encontré vacío. Y recordé quién debería completar mis huecos. Aun conteniendo un gemido de asombro, no pude evitar el abrir mis ojos a causa del asombro. Acaricié por largo rato mis brazos, que solía arropar, los labios que acariciaba buscando un plácido reposo. Y, por último, acerqué la cara a mis manos, que en una desesperada última búsqueda de esperanzas intentaron retenerte y habían atrapado parte de tu olor. Mientras me reponía de la impresión me di cuenta de que eras real, y de que te habías ido.

Pero, aunque no lo sepas, no importa. No sabes que estamos todavía unidos.

Nos une el mismo sol y la misma noche.

La misma luna y el mismo día.

El calor, el frío, el viento y las tormentas.

El agua y la tierra, amor, nos amparan, aun separados, bajo el abrazo de la misma vida. Y al hacer tan vívidas las evidencias que señalan tu existencia, puedo expresarte sin duda ninguna que es palpable, innegable y mi única idea aun limpia el que te amo. Para siempre.