-Dime que esperabas que te llamase. O que al menos lo deseabas. Confiésame que a veces me has mirado fijamente y te has entretenido observando cómo uno de mis mechones se mecía a cada movimiento, y que después has buscado un significado oculto en mi expresión abstraída. Que, queriendo parecer distraído, me has seguido con la vista cuando me he fijado en ti, y creyéndote en otro mundo, he clavado mi pupila en tus ojos, y me he reido al sentirme estúpida
Di que sabes que no dejo de vigilarte y preocuparme cuando estás cerca. Y que haces tú lo mismo. Que recuerdas que en total hemos hablado siete veces, en términos breves y motivos banales.
Por último, cuéntame si mientras haces una llamada se pueden sentir y desear tantas cosas para no sentirme idiota. El tiempo que tardas en darte la vuelta, coger el teléfono, llevarlo a tu oreja y decir...
-¿Sí?
-Hola, llamaba para...
-¿Eva?
-Perdón, me he equivocado
-El teléfono comunica. Es la octava vez que hablamos. Me siento idiota.