lunes, 15 de febrero de 2010

El gato Chesire (segunda parte)


-Has llorado mucho- Una desconocida voz de tenor me sobresaltó. Se hayaba inclinado hacia mí un chico joven, pero bastante alto, y empapado -Toda esta agua que cae del cielo son tus lágrimas. Has llorado mucho-repitió.Sonreí para mis adentros. Era absurda aquella idea, al igual que el desconocido que se estaba dirigiendo hacia mí ¿Quería parecer interesante o simplemente era su mentirosa e intencionadamente seductora (con un trasfondo de humillación) manera de dirigirse a las mujeres? En mi opinión, este chico se ha equivocado de siglo y de persona. A no ser que estas precipitadas conclusiones sean fruto de mi propio egocentrismo.
-¿Y qué te hace pensar que he llorado mucho? ¿Acaso me ves afligida? en tu lugar, guardaría cuidado con tan apresuradas sentencias; alguien podría molestarse- Contesté en un tono de niña caprichosa. Ni siquiera le miré a la cara. Jugueteaba agachada con una hoja mojada, haciéndola girar, como si no estubiera aquél intrigante personaje. Le observé de reojo, ofuscada por su silencio, y noté que no me miraba. Parecía concentrado en algo que nada tenía que ver con llantos o rabietas. Sonreía tranquilo, mirando al infinito como si con la mirada fulminara todos los árboles pudiendo apreciar el horizonte. Nada existía que perturbara la firme calma de ese chico. Un aura invisible parecía que lo cubría, transmitiendo un sosiego y placidez especiales, que me embriagaba.

-Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa -Su voz aterciopelada, acompañada de su movimiento al sentarse a mi lado me sobresaltó, haciendo que diera un pequeño respingo. Él, incorruptible en su tarea, continuaba recitando sin apartar la vista de aquél perdido lugar en su mente, donde sus pupilas, inmóviles, no servían de nada para encontrarlo.

-Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.- Carecía de valor y voluntad para detenerlo ¿Otra treta, tal vez? ¿Un intento desesperado de engatusar a la gente recitando poesía? de cualquier forma, no iba a entorpecer su tarea.
-Quien la oye caer ha recobrado El tiempo en que la suerte venturosa…-Mi cuerpo era lo único que me mantenía ligada a tierra. Pero no, ahora viajaba entre rosales, entre viñedos y voces de gente conocida que hace mucho que desaparecieron. Parece que el sonido de la lluvia desapareciera, turbada ante tan bello recital. Hace tiempo que terminó, pero parece que el eco de su poema se expandiera aún, llevado por el viento y el agua. Por las hojas que volaban lejos, o por los pájaros que ahora arropan a sus crías, pero que pronto echarán a volar de nuevo. Un minuto inmortal transcurrió, hasta que me vi impulsada a decir algo.
-Borges. Sus poemas son muy sentidos.- Con la entumecida mano me aparté el cabello goteante para poder mirarle a la cara. Su característica principal era su sonrisa. Era amplia, sincera y muy traviesa. Los ojos, castaños, como es más normal entre la gente de por aquí. Pero lo que más me sorprendió, dado a mis cavilaciones anteriores (aquellas que parece que hace mucho tiempo que pensé, y que se esfumaron ante la incertidumbre y el olvido) fueron unos mechones rubios claros, con reflejos cobres y rojizos que caían a ambos lados de su rostro. Le miré, vacilante. Él parecía estar riéndose de mi reacción.
Jamás sabré si aquél rayo de sol era él, guiándome por el camino hacia la salida. Tampoco sabré nunca cuál era el final de nuestra historia.Tal vez le odiara y repugnara su manera de comportarse conmigo. O quizás nos amaríamos impulsivamente como dos fieras salvajes. Quién sabe siquiera si le volvería a ver. Lo único que puedo asegurar con certeza es que fue el despertar más bello, con la caricia de una hoja sobre mi rostro. Como si de las que habían volado a causa del violento temporal hubiera traspasado la barrera de lo irreal y hubiese traido el recuerdo de una persona de ensueño que un día me recitó un poema a la orilla de un río.

lunes, 8 de febrero de 2010

El gato Cheshire (primera parte)


Intenté levantarme, pero mis piernas no me respondían. Estaba apoyada sobre un plano inclinado, con algunos guijarros fijándose a mi espalda, y de textura térrea. Las pesadas puertas de mis ojos se negaban a abrirse. Acaricié con la mano derecha el suelo, revolviendo la arena, colándola por mis dedos esperando una fuente de energía en mi interior, hasta que me sentí con más fuerzas. Cuando abrí los ojos tan solo ví un pequeño charco de sangre alrededor de mi pie, cayendo por un alargado corte que se extendía por toda mi corva. La pantorrilla estaba llena de barro y aquél líquido rojo que me mareaba, mis manos ajadas y las rodillas rebosantes de heridas. Jadeé un momento y miré hacia arriba. Me hallaba postrada sobre la ladera de una pendiente de unos tres metros de altitud. Fue entonces cuando varios recuerdos fugaces me guiaron hacia la salida de mi túnel de inconsciencia; mi memoria evocaba momentos anteriores a la fatal caida. Me acordaba de mi hermana que (fuese para purgar su conciencia o por propio placer) con motivo de las vacaciones decidió traerme aquí, al campo, por mucho que lo aborreciera, con el único motivo de intentar pasar un rato conmigo. Y debía aceptarlo, muy a mi pesar, pues probablemente no la volviese a ver en mucho tiempo. Para no desairarla, fingí interesarme en una ruta cercana a la casa en la que nos alojábamos, pero entonces, Blanco, nuestro conejo, huyó presuroso hacia el escarpado desnivel y ambos perdimos el equilibrio al llegar, cayendo estrepitosamente.
Tras recuperar algo de mi conocimiento, me puse en pie, apoyándome sobre la pierna sana, para poder apreciar mejor la hendidura. Me sentí bastante estúpida, sobretodo cuando vinieron a mi mente las numerosas escenas de las prácticas de primeros auxilios, que realizábamos con sorna pensando inocentemente que jamás nos ocurriría nada que precisara dichos conocimientos. Con uno de mis calcetines altos cubrí el tajo a modo de torniquete a la vez que hacía algo de presión con la mano para cortar la hemorragia. Mientras, mordía mi labio inferior tratando de tranquilizarme y no desmayarme de nuevo. Desvié mi mirada, para encontrarme con una densa arboleda, de copas tan altas y frondosas que parecía una selva de setas gigantes de ficción, donde se perdían las cándidas muchachas en su mundo de fantasía. No tuve que esperar mucho más a que cicatrizara, había sido un corte limpio. Pude reconocer rápidamente al culpable: rozé con una roca de aristas afiladas que se alzaba prominente por la cuesta. Retiré entonces la improvisada venda con repulsión para lanzarla lejos y utilizar el otro calcetín para asegurar la cura de la hendidura. Solo entonces, ya que no podía escalar el desnivel, preparada y con mis ánimos cargados de nuevo, pude ponerme en marcha a través del bosque que se habría ante mí.
La inmensidad de la vegetación me asustó y maravilló a la vez. Montones de frescos tonos verdes se alzaban por todos lados, convirtiendo el paisaje en un caos de troncos y hojas. El único sonido que rompía la armonía del ambiente eran mis pisadas sobre las ramas secas y el sonido de las hojas mecidas por el viento. Ignoro el tiempo que anduve, casi flotando como en un sueño, entre los pilares leñosos que emergían de la tierra, hasta que entreví por ellos una neblina, una nube a lo lejos de color amarillo pardo que desapareció enseguida. Tras un segundo de desconcierto, me dirigí lo más veloz que podía en la dirección que creía haberlo dislumbrado, pero… ¡oh! No había nada allí. Tan solo un firme puente de madera sobre un estrecho río ocupaba la franja entre los dos tramos del bosque a la que había llegado a parar. Desconocía el tiempo que podría permanecer perdida por los tortuosos caminos, así que me senté al borde de la estructura para descansar. Dejé que mis piernas se balancearan de forma distraida, salpicando con la punta de mis polvorientas zapatillas algunas gotas a contracorriente. El acorde de la naturaleza, el agua, el viento y el chapoteo me sumió en un estado de somnolencia. Finalmente, me recosté y me dejé llevar por el sopor. El fino ramal de la vegetación más alta formaba un entramado que dejaba entrever tenuamente el cielo. El tiempo era despejado, con algunas nubes que recorrían rápidamente la celeste bóveda.
¿Una? ¿Dos horas? ¿Cuánto tiempo pasó hasta que me desperté? Sobresaltada por lo que había creído que era el pinchazo de una aguja, desperté para descubrir que eran heladas, saladas gotas de lluvia. El inconfundible ronrroneo del agua engulló el resto de sonidos del bosque, como si nada más se escuchara en el mundo, e hizo que retrocediera hasta uno de aquellos frondosos árboles. Recordé entonces mi anterior visión, nebulosa de color cálido, amarillo pardo, ámbar... muchas comparaciones se me ocurrían, pero no sabía definirlo del todo. Me pareció más acertada la idea de un rayo de sol que se había colado entre las ramas, como en una de las leyendas de Bécquer, y pasé a debatirme sobre qué hacer, pero entonces pasó algo inesperado.

miércoles, 3 de febrero de 2010

El pico más alto


El frenético ritmo al que nos acostumbran a ir acaba cansándome. De verdad. Al caminante que aprecia las pequeñas bellezas se le adjetiva de merodeador, loco o sospechoso. Desde luego, lo natural es observar boquiabiertos las enormidades construcciones en creciente cantidad. Cada país disputa por la posesión del edificio más alto del mundo. Unos ladrillos más en la base, un par de centímetros de sobra en el pararrayos situado en la azotea del colosal monstruo de hormigón… Todo es válido en la violenta guerra de la construcción de monumentos.
El arte representa la belleza. Pero constantemente lo usamos para demostrar nuestro poder, no para agradar. A mí me resulta casi insultante cuando dos personas discuten por cuál de sus respectivas ciudades tiene un legado cultural mayor. Pero es el doloroso reflejo de la mentalidad conflictiva de nuestro conflictivo mundo. Podría decir que preferiría que todo ese dinero, o esas materias primas se utilizasen para la construcción de hospitales, escuelas y demás instituciones necesarias en lugares (que tendemos a recordar únicamente a la hora de comer, frente al televisor, pero que se borra de nuestras mentes tan rápido como cambia el locutor de tema) donde realmente lo necesitan. Pero eso son temas donde no voy a meterme.
No me interesan los lejanos lugares llenos de prestigio: el inerte suelo de esos sitios se vanagloria incluso de pertenecer allí. Por eso, lo he decidido. Este pedazo de hierro será ahora mi Torre Eiffel, mis Torres Petronas. Mi imponente Panteón y mi Estatua de la Libertad.
Este trozo, pedazo de agrietado, desgastado y oxidado hierro será el pico más alto.