lunes, 8 de febrero de 2010

El gato Cheshire (primera parte)


Intenté levantarme, pero mis piernas no me respondían. Estaba apoyada sobre un plano inclinado, con algunos guijarros fijándose a mi espalda, y de textura térrea. Las pesadas puertas de mis ojos se negaban a abrirse. Acaricié con la mano derecha el suelo, revolviendo la arena, colándola por mis dedos esperando una fuente de energía en mi interior, hasta que me sentí con más fuerzas. Cuando abrí los ojos tan solo ví un pequeño charco de sangre alrededor de mi pie, cayendo por un alargado corte que se extendía por toda mi corva. La pantorrilla estaba llena de barro y aquél líquido rojo que me mareaba, mis manos ajadas y las rodillas rebosantes de heridas. Jadeé un momento y miré hacia arriba. Me hallaba postrada sobre la ladera de una pendiente de unos tres metros de altitud. Fue entonces cuando varios recuerdos fugaces me guiaron hacia la salida de mi túnel de inconsciencia; mi memoria evocaba momentos anteriores a la fatal caida. Me acordaba de mi hermana que (fuese para purgar su conciencia o por propio placer) con motivo de las vacaciones decidió traerme aquí, al campo, por mucho que lo aborreciera, con el único motivo de intentar pasar un rato conmigo. Y debía aceptarlo, muy a mi pesar, pues probablemente no la volviese a ver en mucho tiempo. Para no desairarla, fingí interesarme en una ruta cercana a la casa en la que nos alojábamos, pero entonces, Blanco, nuestro conejo, huyó presuroso hacia el escarpado desnivel y ambos perdimos el equilibrio al llegar, cayendo estrepitosamente.
Tras recuperar algo de mi conocimiento, me puse en pie, apoyándome sobre la pierna sana, para poder apreciar mejor la hendidura. Me sentí bastante estúpida, sobretodo cuando vinieron a mi mente las numerosas escenas de las prácticas de primeros auxilios, que realizábamos con sorna pensando inocentemente que jamás nos ocurriría nada que precisara dichos conocimientos. Con uno de mis calcetines altos cubrí el tajo a modo de torniquete a la vez que hacía algo de presión con la mano para cortar la hemorragia. Mientras, mordía mi labio inferior tratando de tranquilizarme y no desmayarme de nuevo. Desvié mi mirada, para encontrarme con una densa arboleda, de copas tan altas y frondosas que parecía una selva de setas gigantes de ficción, donde se perdían las cándidas muchachas en su mundo de fantasía. No tuve que esperar mucho más a que cicatrizara, había sido un corte limpio. Pude reconocer rápidamente al culpable: rozé con una roca de aristas afiladas que se alzaba prominente por la cuesta. Retiré entonces la improvisada venda con repulsión para lanzarla lejos y utilizar el otro calcetín para asegurar la cura de la hendidura. Solo entonces, ya que no podía escalar el desnivel, preparada y con mis ánimos cargados de nuevo, pude ponerme en marcha a través del bosque que se habría ante mí.
La inmensidad de la vegetación me asustó y maravilló a la vez. Montones de frescos tonos verdes se alzaban por todos lados, convirtiendo el paisaje en un caos de troncos y hojas. El único sonido que rompía la armonía del ambiente eran mis pisadas sobre las ramas secas y el sonido de las hojas mecidas por el viento. Ignoro el tiempo que anduve, casi flotando como en un sueño, entre los pilares leñosos que emergían de la tierra, hasta que entreví por ellos una neblina, una nube a lo lejos de color amarillo pardo que desapareció enseguida. Tras un segundo de desconcierto, me dirigí lo más veloz que podía en la dirección que creía haberlo dislumbrado, pero… ¡oh! No había nada allí. Tan solo un firme puente de madera sobre un estrecho río ocupaba la franja entre los dos tramos del bosque a la que había llegado a parar. Desconocía el tiempo que podría permanecer perdida por los tortuosos caminos, así que me senté al borde de la estructura para descansar. Dejé que mis piernas se balancearan de forma distraida, salpicando con la punta de mis polvorientas zapatillas algunas gotas a contracorriente. El acorde de la naturaleza, el agua, el viento y el chapoteo me sumió en un estado de somnolencia. Finalmente, me recosté y me dejé llevar por el sopor. El fino ramal de la vegetación más alta formaba un entramado que dejaba entrever tenuamente el cielo. El tiempo era despejado, con algunas nubes que recorrían rápidamente la celeste bóveda.
¿Una? ¿Dos horas? ¿Cuánto tiempo pasó hasta que me desperté? Sobresaltada por lo que había creído que era el pinchazo de una aguja, desperté para descubrir que eran heladas, saladas gotas de lluvia. El inconfundible ronrroneo del agua engulló el resto de sonidos del bosque, como si nada más se escuchara en el mundo, e hizo que retrocediera hasta uno de aquellos frondosos árboles. Recordé entonces mi anterior visión, nebulosa de color cálido, amarillo pardo, ámbar... muchas comparaciones se me ocurrían, pero no sabía definirlo del todo. Me pareció más acertada la idea de un rayo de sol que se había colado entre las ramas, como en una de las leyendas de Bécquer, y pasé a debatirme sobre qué hacer, pero entonces pasó algo inesperado.

1 comentario:

  1. coño! eso es el tejado de mi finca no!!!?!?!!?!

    (soy rosa xD)
    Si es asi O_O
    si no es asi tambien O_O porque se parece mucho al mio

    y quitando eso O_O me gusta la foto xD


    Dewi!

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