El frenético ritmo al que nos acostumbran a ir acaba cansándome. De verdad. Al caminante que aprecia las pequeñas bellezas se le adjetiva de merodeador, loco o sospechoso. Desde luego, lo natural es observar boquiabiertos las enormidades construcciones en creciente cantidad. Cada país disputa por la posesión del edificio más alto del mundo. Unos ladrillos más en la base, un par de centímetros de sobra en el pararrayos situado en la azotea del colosal monstruo de hormigón… Todo es válido en la violenta guerra de la construcción de monumentos.
El arte representa la belleza. Pero constantemente lo usamos para demostrar nuestro poder, no para agradar. A mí me resulta casi insultante cuando dos personas discuten por cuál de sus respectivas ciudades tiene un legado cultural mayor. Pero es el doloroso reflejo de la mentalidad conflictiva de nuestro conflictivo mundo. Podría decir que preferiría que todo ese dinero, o esas materias primas se utilizasen para la construcción de hospitales, escuelas y demás instituciones necesarias en lugares (que tendemos a recordar únicamente a la hora de comer, frente al televisor, pero que se borra de nuestras mentes tan rápido como cambia el locutor de tema) donde realmente lo necesitan. Pero eso son temas donde no voy a meterme.
No me interesan los lejanos lugares llenos de prestigio: el inerte suelo de esos sitios se vanagloria incluso de pertenecer allí. Por eso, lo he decidido. Este pedazo de hierro será ahora mi Torre Eiffel, mis Torres Petronas. Mi imponente Panteón y mi Estatua de la Libertad.
Este trozo, pedazo de agrietado, desgastado y oxidado hierro será el pico más alto.
El arte representa la belleza. Pero constantemente lo usamos para demostrar nuestro poder, no para agradar. A mí me resulta casi insultante cuando dos personas discuten por cuál de sus respectivas ciudades tiene un legado cultural mayor. Pero es el doloroso reflejo de la mentalidad conflictiva de nuestro conflictivo mundo. Podría decir que preferiría que todo ese dinero, o esas materias primas se utilizasen para la construcción de hospitales, escuelas y demás instituciones necesarias en lugares (que tendemos a recordar únicamente a la hora de comer, frente al televisor, pero que se borra de nuestras mentes tan rápido como cambia el locutor de tema) donde realmente lo necesitan. Pero eso son temas donde no voy a meterme.
No me interesan los lejanos lugares llenos de prestigio: el inerte suelo de esos sitios se vanagloria incluso de pertenecer allí. Por eso, lo he decidido. Este pedazo de hierro será ahora mi Torre Eiffel, mis Torres Petronas. Mi imponente Panteón y mi Estatua de la Libertad.
Este trozo, pedazo de agrietado, desgastado y oxidado hierro será el pico más alto.
Danos tu comentario
Publicar un comentario