domingo, 5 de septiembre de 2010

Tus ojos marrones

Decían los cielos que un azul como el suyo era inimitable. Que las nubes en una pincelada de blanco descarado creaban en refinada sintonía la elegancia celeste. Y el del mar, que en amplitud caprichosa entona sentimientos contradictorios fusionando lo opuesto en profunda tensión, en equilibrio que amenaza con romper. La belleza del color frío.

Hablaban las leyendas de bosques verdes, interminables. De tonos grisáceos, como el abeto y la oliva, otros brillantes como la esmeralda. Los más celosos querían parecerse a los anteriores y se volvían azulados. Representando la vida y la tranquilidad, nos sume en la variedad de la naturaleza más calmada. Nos trae a la mente el sonido de las hojas y la fauna de la selva.

En un intento de llamar la atención, el ámbar reluce con esfuerzo, logrando con creces su cometido. Con discreción innata hechiza y maravilla a todos aquellos que lo ven, como en una onírica fantasía. Te impide mirar a otro lado, porque está en todas partes. El atractivo misticismo que lo rodea nos lleva a admirar generosamente sus hermosas cualidades.

Los negros son, sin embargo, los más misteriosos. Cuentan historias en una mirada, llenan de incertidumbre y curiosidad a quien los observa. Gritan ayuda, o indican determinación cuando es necesario. Se imponen si es necesario, y demuestran también que como la noche, su brillo es capaz de arroparnos y velar si lo desean. Te engullen, como la oscuridad más profunda.

Al demonio con todos los colores. A mí me gustan tus ojos marrones. El color del chocolate, de la rama seca y del antiguo pergamino. Ojalá puediera verlos, y verte a ti también. A mí me gustan tus ojos marrones, porque son libres. Porque lloran, y porque puedo mirarlos de cerca para secar tus lágrimas. A mí me gustan tus ojos marrones, porque tuyos son.