miércoles, 16 de marzo de 2011

Hola, Eco


-Hola- dijo ella- ¿Qué está haciendo?

Desde lo alto de aquel montículo podía verse un paisaje increíble. Una colcha de nubes se expandía infinitamente, formando una mezcolanza de azules claros, blancos y grises deliciosos, con algunos tonos anaranjados también, reflejos fantasmagóricos de la luz del sol que va descendiendo hacia el horizonte. Si uno no conociese la verdadera esencia vaporea de aquel material que presenciaba, habría tenido la tentación de lanzarse, como si fuera una gran almohada de plumas. No obstante, esta práctica era tan temeraria como suicida, y aquellos que tenían el placer de presenciarlo lo hacían con respeto, como quien observa un cuadro y se siente dentro de él. Pero lejos de semejarse a la rigidez de los museos, allí corría un viento fresco y suave, y la luz era muy agradable, la del crepúsculo. En los picos que parecían haber surgido de la nada, clavarse de golpe en aquella superficie algodonosa, no había rastros de nieve, como era habitual, sino que el deshielo había arrastrado todo aquello dejando la piedra fría y lisa al descubierto, quedando solo alguna roca grande, demasiado pesada para ser llevada por las lenguas de nieve que se deslizan montaña abajo.

-Cállate, niña. Estoy trabajando- Tras una de estas se escondía un tipo con un aparato de lo más estrafalario en la espalda, semejante a un gramófono al que estaba conectado un micrófono, el cual sujetaba con su mano derecha, mientras que con la izquierda tamborileaba los dedos sobre dos botones cuadrados, sin pulsarlos.

-¿Pero quién eres?- El extraño le contestó colocando el dedo índice nerviosamente en los labios, haciéndole señales de que se callase y escondiese. Pulsó finalmente uno de los dos botones, que se encendió en un rojo apagado (la bombilla, pensó, seguramente se ha desgastado por el uso) y el amplificador en forma de jazmín de Virginia emitió un leve pitido.

-¡Hola! ¡Hola! ¡Eco!- De uno de los otros picos rocosos un grupo de montañeros vociferó estas palabras al aire. Para el asombro de la pequeña, del artefacto surgieron los mismos gritos que llegaban de la otra cima. Cuando satisficieron la necesidad de sus gargantas, se marcharon.

-Yo soy al que llaman Eco. Cuando dicen mi nombre, devuelvo todo aquello que la gente grita. En general, los humanos son bastante tontos, les gusta que repitan cuando hablan- Aquel tipo se encogió de brazos en una señal de conformismo. Ahora que le podía ver más de cerca pudo comprobar que se trataba de un tipo anciano, con la nariz larga y curvada al igual que su barbilla, prominente. Era muy viejo, pero en sus ojos pequeños y claros podía verse la inmortalidad reflejada. La inmortalidad del Eco.

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