
-Has llorado mucho- Una desconocida voz de tenor me sobresaltó. Se hayaba inclinado hacia mí un chico joven, pero bastante alto, y empapado -Toda esta agua que cae del cielo son tus lágrimas. Has llorado mucho-repitió.Sonreí para mis adentros. Era absurda aquella idea, al igual que el desconocido que se estaba dirigiendo hacia mí ¿Quería parecer interesante o simplemente era su mentirosa e intencionadamente seductora (con un trasfondo de humillación) manera de dirigirse a las mujeres? En mi opinión, este chico se ha equivocado de siglo y de persona. A no ser que estas precipitadas conclusiones sean fruto de mi propio egocentrismo.
-¿Y qué te hace pensar que he llorado mucho? ¿Acaso me ves afligida? en tu lugar, guardaría cuidado con tan apresuradas sentencias; alguien podría molestarse- Contesté en un tono de niña caprichosa. Ni siquiera le miré a la cara. Jugueteaba agachada con una hoja mojada, haciéndola girar, como si no estubiera aquél intrigante personaje. Le observé de reojo, ofuscada por su silencio, y noté que no me miraba. Parecía concentrado en algo que nada tenía que ver con llantos o rabietas. Sonreía tranquilo, mirando al infinito como si con la mirada fulminara todos los árboles pudiendo apreciar el horizonte. Nada existía que perturbara la firme calma de ese chico. Un aura invisible parecía que lo cubría, transmitiendo un sosiego y placidez especiales, que me embriagaba.
-Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa -Su voz aterciopelada, acompañada de su movimiento al sentarse a mi lado me sobresaltó, haciendo que diera un pequeño respingo. Él, incorruptible en su tarea, continuaba recitando sin apartar la vista de aquél perdido lugar en su mente, donde sus pupilas, inmóviles, no servían de nada para encontrarlo.
-Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.- Carecía de valor y voluntad para detenerlo ¿Otra treta, tal vez? ¿Un intento desesperado de engatusar a la gente recitando poesía? de cualquier forma, no iba a entorpecer su tarea.
-Quien la oye caer ha recobrado El tiempo en que la suerte venturosa…-Mi cuerpo era lo único que me mantenía ligada a tierra. Pero no, ahora viajaba entre rosales, entre viñedos y voces de gente conocida que hace mucho que desaparecieron. Parece que el sonido de la lluvia desapareciera, turbada ante tan bello recital. Hace tiempo que terminó, pero parece que el eco de su poema se expandiera aún, llevado por el viento y el agua. Por las hojas que volaban lejos, o por los pájaros que ahora arropan a sus crías, pero que pronto echarán a volar de nuevo. Un minuto inmortal transcurrió, hasta que me vi impulsada a decir algo.
-Borges. Sus poemas son muy sentidos.- Con la entumecida mano me aparté el cabello goteante para poder mirarle a la cara. Su característica principal era su sonrisa. Era amplia, sincera y muy traviesa. Los ojos, castaños, como es más normal entre la gente de por aquí. Pero lo que más me sorprendió, dado a mis cavilaciones anteriores (aquellas que parece que hace mucho tiempo que pensé, y que se esfumaron ante la incertidumbre y el olvido) fueron unos mechones rubios claros, con reflejos cobres y rojizos que caían a ambos lados de su rostro. Le miré, vacilante. Él parecía estar riéndose de mi reacción.
Jamás sabré si aquél rayo de sol era él, guiándome por el camino hacia la salida. Tampoco sabré nunca cuál era el final de nuestra historia.Tal vez le odiara y repugnara su manera de comportarse conmigo. O quizás nos amaríamos impulsivamente como dos fieras salvajes. Quién sabe siquiera si le volvería a ver. Lo único que puedo asegurar con certeza es que fue el despertar más bello, con la caricia de una hoja sobre mi rostro. Como si de las que habían volado a causa del violento temporal hubiera traspasado la barrera de lo irreal y hubiese traido el recuerdo de una persona de ensueño que un día me recitó un poema a la orilla de un río.
-¿Y qué te hace pensar que he llorado mucho? ¿Acaso me ves afligida? en tu lugar, guardaría cuidado con tan apresuradas sentencias; alguien podría molestarse- Contesté en un tono de niña caprichosa. Ni siquiera le miré a la cara. Jugueteaba agachada con una hoja mojada, haciéndola girar, como si no estubiera aquél intrigante personaje. Le observé de reojo, ofuscada por su silencio, y noté que no me miraba. Parecía concentrado en algo que nada tenía que ver con llantos o rabietas. Sonreía tranquilo, mirando al infinito como si con la mirada fulminara todos los árboles pudiendo apreciar el horizonte. Nada existía que perturbara la firme calma de ese chico. Un aura invisible parecía que lo cubría, transmitiendo un sosiego y placidez especiales, que me embriagaba.
-Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa -Su voz aterciopelada, acompañada de su movimiento al sentarse a mi lado me sobresaltó, haciendo que diera un pequeño respingo. Él, incorruptible en su tarea, continuaba recitando sin apartar la vista de aquél perdido lugar en su mente, donde sus pupilas, inmóviles, no servían de nada para encontrarlo.
-Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.- Carecía de valor y voluntad para detenerlo ¿Otra treta, tal vez? ¿Un intento desesperado de engatusar a la gente recitando poesía? de cualquier forma, no iba a entorpecer su tarea.
-Quien la oye caer ha recobrado El tiempo en que la suerte venturosa…-Mi cuerpo era lo único que me mantenía ligada a tierra. Pero no, ahora viajaba entre rosales, entre viñedos y voces de gente conocida que hace mucho que desaparecieron. Parece que el sonido de la lluvia desapareciera, turbada ante tan bello recital. Hace tiempo que terminó, pero parece que el eco de su poema se expandiera aún, llevado por el viento y el agua. Por las hojas que volaban lejos, o por los pájaros que ahora arropan a sus crías, pero que pronto echarán a volar de nuevo. Un minuto inmortal transcurrió, hasta que me vi impulsada a decir algo.
-Borges. Sus poemas son muy sentidos.- Con la entumecida mano me aparté el cabello goteante para poder mirarle a la cara. Su característica principal era su sonrisa. Era amplia, sincera y muy traviesa. Los ojos, castaños, como es más normal entre la gente de por aquí. Pero lo que más me sorprendió, dado a mis cavilaciones anteriores (aquellas que parece que hace mucho tiempo que pensé, y que se esfumaron ante la incertidumbre y el olvido) fueron unos mechones rubios claros, con reflejos cobres y rojizos que caían a ambos lados de su rostro. Le miré, vacilante. Él parecía estar riéndose de mi reacción.
Jamás sabré si aquél rayo de sol era él, guiándome por el camino hacia la salida. Tampoco sabré nunca cuál era el final de nuestra historia.Tal vez le odiara y repugnara su manera de comportarse conmigo. O quizás nos amaríamos impulsivamente como dos fieras salvajes. Quién sabe siquiera si le volvería a ver. Lo único que puedo asegurar con certeza es que fue el despertar más bello, con la caricia de una hoja sobre mi rostro. Como si de las que habían volado a causa del violento temporal hubiera traspasado la barrera de lo irreal y hubiese traido el recuerdo de una persona de ensueño que un día me recitó un poema a la orilla de un río.