viernes, 26 de marzo de 2010

¿Sabes? Te quiero


En un segundo pude verte. De repente, sin sentido, sin saber cuando habías llegado. Apenas me dí cuénta de cómo se movía la cama cuando subiste. La oscuridad inundaba la habitación, como el agua a una pecera. Tan solo fui consciente cuando clavamos nuestras miradas, cuando tus manos se hundieron en el colchón a ambos lados de mi cabeza.

Me aovillé como pude, sin flexionar demasiado las piernas bajo tu cuerpo. A cada rato, pasaba un coche y la luz de sus faros me permitía vislumbrarte, a tí, tu torso, el contorno de tu rostro. La barbilla, con algo de cabello incipiente. El pelo, que caía a ambos lados de la cara como si fuera de un corderito. Agadecí que todavía pudiese acompasar la respiración y pestañeé sin comprender qué pasaba. De alguna manera, no podía mover las manos, que recogidas en mi pecho notaban como el corazón intentaba atravesar mis costillas, como si quisiese volver junto a su dueño, a quien le pertenece, quien velaba mi cuerpo con el suyo. De no ser por la escasa luz, jamás podría haber apreciado que tu pecho se hallaba desprovisto de cualquier tipoo de prenda. Tu desnudez hizo que casi al instante una ola de calor inundara mi cara, adquiriendo ese color rojizo del que tanto te reías. Recuerdo el sopor y la pesadez de mis brazos en aquél momento, cada instante quedó grabado en mi memoria como hierro candente. Ignoro cuánto tiempo pasó hasta que sonreistes a mi reacción, lo que fue la última bala que hizo que me rindiera. La perfección de tu semblante, curvado en la orilla de las puertas de tu aliento me hipnotizó. Sin poder reaccionar, te inclinastes completamente. Tus antebrazos quedaron apoyados junto mis hombros, tu espalda adoptó forma felina y tu boca avanzó junto a la mía, imparable, como si inevitablemente sus destinos se cruzaran. Entonces cerré los ojos y tu aliento (y ya no olor, si no aroma) me embelesó profundamente hasta paralizarme.

Provocaba adicción. Estuve seguro de que pensabas que me asusté, pude percibirlo en un brillo en tus ojos. Tal vez, por eso desististe en tu ósculo y dejaste caer la cabeza en la almohada, rozando mi cabello. En un desesperado intento, pude separar mis ancladas manos y rodear su espalda, hasta que cediste y acabaste yaciendo sobre mí. Y con la misma fuerza de antes levanté tu cabeza, dejándola caer sobre la mía. Con una réplica de la anterior pasión, mordiendo tus labios, probándolos, con fuerza, desesperación y miedo. Te agarré por la nuca y profundicé lo máximo que pude un último beso antes de separarnos. Observó mi rostro confuso iluminado por las tenuas luces de la calle, impidiéndome ver el suyo que permanecía entre las sombras.

No te vayas, por favor. Aún no. Sigue inundando con tu luz, con tu aura mágica, cada ínfima partícula de esta piel virgen. Sigue llenando con tus sonidos este recipiente vacío. Porque ya te he entregado mi alma, y espero que me invadas con la tuya.

1 comentario: