lunes, 12 de julio de 2010

Tuyo


No es un acontecimiento que se anuncie. No llega con la parafarnalia típica de las entidades importantes, ni está precedida de música y gritos. Es algo modesto, una nebulosa que se desliza silenciosa, que rozando el sueño o volando por los cielos impacta nuestro cuerpo. Se extiende desde su golpe en el pecho, y como una descarga sientes cómo se expande hasta la punta de los dedos. Parece que la dureza del golpe jamás se extinguirá, porque continúa latente en el corazón, que era su diana. Las desgracias pierden sentido, y los músculos se ven forzados a abandonar si habitual conducta. Los labios sonríen, las miradas se vuelven tiernas (a veces melancólicas) y las caricias dulces. A veces, incluso, se llega a cantar, se han dado casos en los que el susodicho no deja de hacerlo hasta que la electricidad se desvanece.
La imaginación vuela, al igual que nuestro cuerpo. Sentimos cómo flotamos, porque es como si fuésemos mullidos y todo problema diese un pequeño bote y retrocediese. De repente, una idea se va construyendo en la mente. Se adhieren, a veces, elementos fantásticos, que concluyen a veces en un final maravilloso, que incrementa el potencial emisor de esta extraña sensación. Nos sentimos tan bien que, estremeciéndonos, nos cojemos a algo y sonreimos de una forma maravillosa. Es la sonrisa que hace bella a la persona más horrenda, la viva expresión de la felicidad.
Ayer imaginé, tocar de tu pelo un mechón. Enredarlo entre mis dedos y besarlo lentamente. Mirarte a los ojos, sonreirme por tu expresión, acariciarte la mejilla con la yema de los dedos. Por tus labios ascender, enrojecidos, con los míos, llegar… Y, ah, probar tu aliento al acariciar la deliciosa brisa que hace ondear mi cordura y mi razón. Adiós, vida, márchate. Quién sabe, cómo me llamo, si de nada me sirve. Al mirarte a los ojos, recuerdo mi nombre.
Tuyo.

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